La era de los candidatos hechos a la medida

  • Lunes, 03 de Junio de 2019 | Locales

 

Luego de la dura derrota sufrida en las elecciones de octubre de 1983, a manos de la UCR liderada por Raúl Alfonsín, en el seno del Partido Justicialista se reavivaron las intenciones de darle a la organización un perfil más democrático e institucional. Antonio  Cafiero lo había intentado a partir del Movimiento Unidad, Solidaridad y Organización (MUSO), pero la derrota en la interna sufrida ante la fórmula Lúder-Bittel –no exenta de escándalos– demoró el debate hasta el año siguiente.

Tras aquella derrota en las elecciones posdictadura, en abril de 1984 un sector disidente de la conducción oficial del PJ buscó en la provincia de Buenos Aires forzar a elecciones internas con el voto directo de los afiliados, a través de las cuales determinar quiénes serían sus dirigentes y sus candidatos.

Lo que se buscaba –según lo explica el doctor en Historia e investigador del Conicet, Pablo Ponza– era 'impulsar una revisión crítica de la actuación política peronista durante el pasado reciente, una modernización del método, el lenguaje y de la concepción partidaria en un contexto democrático'.

La experiencia alcanzó su mayor resultado en las elecciones de 1987 a través de las cuales Cafiero resultó gobernador de la provincia de Buenos Aires, pero culminó al año siguiente cuando la fórmula del Peronismo Renovador, Antonio Cafiero-Juan Manuel de la Sota, fue derrotada en las internas para candidatos a presidente y vice por Carlos Menem  y Eduardo Duhalde.

Por distintas razones, que no vienen al caso analizar en este momento, la Renovación como sus gestores la habían ideado no llegó a cumplir el objetivo en su totalidad, pero por lo menos se había conseguido que  los candidatos no fueran determinados por la decisión del sabio de dedo de turno.

Condenada al olvido total, hoy no queda vestigio alguno de los objetivos de la Renovación Peronista. Así, la candidatura a presidente de la Nación fue decidida en forma unánime, esto es, 1 a 0.

Mostrado como un generosísimo acto de grandeza y desprendimiento, Cristina Fernández vuelve a nombrar como un compañero de Fórmula a un político de origen liberal. Ya lo había hecho con el activo militante de la ya desaparecida Unión de Centro Democrático (UCeDé), Amado Boudou.

Cada vez que en la historia del peronismo –como también ocurre en otros partidos– aparece algún personaje que genera ruido en las filas internas, se se opta por apelar al argumento de que hay que tragarse algún sapo en pos de algún futuro beneficioso para el proyecto nacional y popular. Lo que ocurre es que más que un hecho circunstancial, a esta altura de los acontecimientos tragar sapos parece haberse convertido en un plato tradicional que se saborea cada vez más a gusto.

¿Están realmente convencidos todos los peronistas de salir a defender a un candidato a presidente de la Nación, que no mucho tiempo atrás se preguntaba si en verdad Cristina Fernández defendía a la gente, cuando había dejado la Argentina con un 23 por ciento de inflación?

Cuando se habla de terceras opciones al tradicional bipartidismo y se intenta entender por qué no aparece una que se consolide en el tiempo, aunque más no sea por dos elecciones, los mismos políticos que la impulsan se ocupan cínicamente de responder con hechos.

"Nos separa más de un océano", decía de CFK, en enero del año pasado, Sergio Massa, expresidente de la Juventud Liberal y expresidente de la UCeDé, designado por  Cristina Fernández como jefe de su Gabinete. Un año atrás, en marzo de 2017, el mismo Massa le había expresado a Mauricio Macri 'usted y Cristina son dos caras de la misma moneda".

Poco antes de las elecciones de 2017, Cristina Fernández llamó a la unidad de los peronistas para que votaran a Unidad Ciudadana. Fiel a sus principios de aquel entonces, Massa le respondió: "Argentina necesita una convocatoria a favor y no en contra. No podemos seguir dividiendo. No tiene autoridad política para hacer esa convocatoria. Te convoca desde su lista. No tiene autoridad moral porque fue la que más fomentó la división de los argentinos. Ahora quiere unirse porque no le alcanza para la elección. Es una hipocresía enorme".

En una profunda reflexión express, el exintendente de Tigre parece haberse dado cuenta de que la cosas no eran como las decía un tal Sergio Massa y en un enfervorizado discurso, en el congreso de su Frente renovador, lanzó: "La Argentina necesita una coalición amplia, diversa, generosa, que ponga definitivamente las ideas por encima de los nombres. Somos la única fuerza que plantea desde 2015 la búsqueda de un acuerdo social generalizado. Le pedimos a todos los que quieren construir esta nueva mayoría que no caigamos en la trampa del debate de nombres. (…) Las fórmulas no son solo nombres. Necesitamos una coalición amplia, federal, juntos vamos a terminar con este gobierno".

¿Qué harán sus seguidores para acomodar el feroz discurso que sostenían hasta hace minutos? Estemos preparados para los más impredecibles ejercicios de acrobacia política, porque se vienen, y de todo tipo.

Dime cuánto mides         y te diré quién eres

¿Y por el del oficialismo, como andamos? Todo peor, gracias. 'Las candidaturas siempre tienen que pasar por el testeo de las encuestas, porque nadie quiere presentar candidatos que no tengan posibilidades de ganar. Mucho más nosotros, que somos oficialismo y necesitamos ganar para continuar lo que hicimos bien y corregir lo que hicimos mal'.

El increíble pero real concepto pertenece al diputado provincial de Cambiemos, por la Cuarta Sección Electoral, Marcelo Daletto. Para el legislador, lo esencial, lo excluyente para ser el candidato perfecto, es medir (bien) en las encuestas, lo demás es de trigésimo orden.

La idea es más o menos esta: Tenemos un candidato que es un perfecto inútil, pero consigue buenos resultados en las encuestas. Mandémoslo, si es posible, a que haga y diga pelotudeces –eso sí, controladas por el minuto a minuto– en el programa de Tinelli. O mejor todavía, intentemos que se nos sume Tinelli, que seguramente no tiene la menor capacidad como para gobernar la Provincia, pero nos puede hacer ganar. Y si gana, después vemos…

En 1990, un ignoto Alberto Fujimori ganó las elecciones presidenciales del Perú. A partir de su sorpresivo triunfo, se comenzó a hablar de fujimorización cuando se hablaba de postular como candidatos a cargos, sobre todo ejecutivos, a personajes que no provenían del mundo de la política. Así aparecieron en la Argentina Palito Ortega, Carlos Reutemann o Daniel Scioli, caras que medían sin que importaran hasta dónde llegaban sus condiciones o capacidades, en el caso de que las tuvieran.

El planteo de Daletto va directamente a eso, a que toda persona que no haga explotar los números de las encuestas no debe ser tenida en cuenta como candidata, aunque dé sobradas muestras de ideoneidad y capacidad para ocupar, de la mejor manera, un cargo público.

Lo lógico era esperar del ambiente político una andanada de respuestas a esas declaraciones. No las hubo, ni siquiera una. ¿Será que la diferencia solo está en que Daletto ha hecho explícitas sus convicciones?